Suenan las trompetas...
Era una tarde como otra cualquiera. Ya estaba empezando a oscurecer. Yo estaba tumbada en mi cama, leyendo tranquilamente, esperando que las horas pasaran deprisa... hasta que un sonido ensordecedor me sacó de mi mundo.
Corrí a la ventana y me asomé: el cielo se había rajado, formando una grieta enorme. Y el suelo también; aquello era lo más extraño que había visto nunca. De las profundas entrañas de la tierra brotaban ahora unas enormes llamaradas naranjas, precediendo a los moradores de tan inhóspitas tierras. Aquellas criaturas de piel roja, patas de cabra y cuernos de carbón gritaban hacia el cielo alzando sus voces al unísono, a la vez que agitaban sus tridentes afilados.
Luego unos destellos dorados lo inundaron todo, cegándome por unos instantes. Aquella era la respuesta de los ángeles a tan bestial amenaza.
La batalla entre el Bien y el Mal, el Cielo y el Infierno, había comenzado, y yo la estaba presenciando.
Y entonces sonaron las trompetas...
Vinieron volando de ninguna parte cuatro jinetes de ropas negras y caballos negros, portando aquellas extrañas trompetas y haciéndolas sonar a modo de aviso. Entonces me di cuenta de que uno de ellos había entrado en mi casa, y venía a por mí. Fue entonces cuando noté que un brazo fuerte me sostenía; me giró, poniéndome de frente a él, pero no pude ver su cara. Creí que había llegado mi final. Hasta que, para mi sorpresa, me dijo algo que al principio no pude comprender, aunque más tarde reaccioné. Me dijo: ¿de qué lado estás?
No me arrepiento de la decisión que tomé aquel día. Al fin y al cabo, yo era una más entre los condenados...
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