Crisis existenciales a los ocho años. Capítulo I

Ya de pequeña era rara. Los niños normales suelen pasar el tiempo jugando, haciéndole la puñeta a los adultos y viviendo sin preocupaciones. Pero yo no. Recuerdo con ironía mi primera crisis existencial: tendría ocho años. Además que me acuerdo perfectamente, como si lo tuviera reciente: yo, una cría delgadita y menuda con un flequillo caoba enmarañado sobre la frente, tumbada en el sofá, con la mirada en algún punto del techo (siempre he tenido como forma de evadirme eso de mirar a un punto fijo), hablándole a mi madre (que no con mi madre, es diferente) de la muerte. No quería morir, y mi madre lo único que quería era que me callara ya y me fuera a jugar. El caso es que he pasado noches enteras sin poder pegar ojo (noches de sueño infantil) por culpa de mi obsesión con el tema. Recuerdo una frase de mi madre que pasará a los anales de los consejos en momentos de crisis existencial:
Hasta la chica que se esconde dentro de Espinete morirá algún día.
La crisis no se superó, pero la idea de que Espinete muriera algún día tampoco me dejó del todo tranquila. Y es que una todavía era una niña... precoz, eso sí, pero niña al fin y al cabo.
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E -
Pero siempre quedará el disfraz... (que no sé qué es peor, pero bueno >